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CARTA A M. FELIX FAURE
PRESIDENTE DE LA REPUBLICA FRANCESA
Señor: Me permitís que, agradecido por la bondadosa acogida que me
dispensasteis, me preocupe de vuestra gloria y os diga que vuestra
estrella, tan feliz hasta hoy, esta amenazada por la más vergonzoza
e imborrable mancha?
Habéis salido sano y salvo de bajas calumnias, habéis conquistado
los corazones. Aparecisteis radiante en la apoteosis de la fiesta
patriótica que, para celebrar la alianza rusa, hizo Francia, y os
preparáis a presidir el solemne triunfo de nuestra Exposición Universal,
que coronará este gran siglo de trabajo, de verdad y de
libertad. Pero que mancha de cieno sobre vuestro nombre - iba a
decir sobre vuestro reino - puede imprimir este abominable proceso
Dreyfus!. Por lo pronto, un consejo de guerra se atreve a absolver
a Esterhazy, bofetada suprema a toda verdad, a toda justicia. Y no
hay remedio; Francia conserva esa mancha y la historia consignará
que semejante crimen social se cometió al amparo de vuestra presidencia.
Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda
la verdad y la diré si antes no lo hace el tribunal con toda claridad.
Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría
el espectro del inocente que expía a lo lejos cruelmente
torturado, un crimen que no ha cometido.
Por eso me dirijo a vos gritando la verdad con toda la fuerza de mi
rebelión de hombre honrado. Estoy convencido de que ignoráis lo que
ocurre. Y a quien denunciar las infamias de esa turba malhechora de
verdaderos culpables sino al primer magistrado del país?
- Ante todo, la verdad acerca del proceso y de la condenación de
Dreyfus.
Un hombre nefasto ha conducido la trama; el coronel Paty de Clam,
entonces comandante. El representa por sí solo el asunto Dreyfus;
no se le conocerá bien hasta que una investigación leal determine
claramente sus actos y sus responsabilidades. Aparece como un espíritu
borroso, complicado, lleno de intrigas novelescas, complaciendose con
recursos de folletín, papeles robados, cartas anónimas,
citas misteriosas en lugares desiertos, mujeres enmascaradas. El
imaginó lo de dictarle a Dreyfus la nota sospechosa, el concibió la
idea de observarlo en una habitación revestida de espejos, es a
el a quien nos presenta el comandante Forzineti, armado de una linterna
sorda, pretendiendo hacerse conducir junto al acusado, que
dormía, para proyectar sobre su rostro un brusco chorro de luz para
sorprender su crimen en su angustioso despertar. Y no hay para que
diga yo todo: busquen y encontrarán cuanto haga falta. Yo declaro
sencillamente que el comandante Paty de Clam, encargado de instruir
el proceso Dreyfus y considerado en su misión judicial, es en el
orden de fechas y responsabilidades el primer culpable del espantoso
error judicial que se ha cometido.
La nota sospechosa estaba ya, desde hace algún tiempo, entre las
manos del coronel Sandherr, jefe del Negociado de Informaciones,que
murió poco después, de una parálisis general. Hubo fugas, desaparecieron
papeles (como siguen desapareciendo aún), y el autor de la
nota sospechosa era buscado cuando se afirmó a priori que no podía
ser más que un oficial del Estado mayor, y precisamente del cuerpo
de artillería; doble error manifiesto que prueba el espíritu superficial
con que se estudió la nota sospechosa, puesto que un detenido exámen
demuestra que no podía tratarse más que de un oficial de infantería.
Se procedió a un minucioso registro; examinándose las escrituras;
aquello era como un asunto de familia y se buscaba al traidor en
las mismas oficinas para sorprenderlo y expulsarlo. Desde que una
sospecha ligera recayó sobre Dreyfus, aparece el comandante Paty de
Clam, que se esfuerza en confundirlo y en hacerle declarar a su antojo.
Aparecen también el ministro de la Guerra, el general Mercier,
cuya inteligencia debe ser muy mediana, el jefe de Estado Mayor,
general Boisdeffre, que habrá cedido a su pasión clerical, y el general
Gonse, cuya conciencia elástica pudo acomodarse a muchas cosas.
Pero en el fondo de todo esto no hay más que el comandante Paty de Clam,
que a todos los maneja y hasta los hipnoptiza, porque
se ocupa también de ciencias ocultas, y conversa con los espíritus.
Parecen inverosímiles las pruebas a que se ha sometido al desdichado
Dreyfus, los lazos en que se ha querido hacerle caer, las investigaciones
desatinadas, las combinaciones monstruosas...
que denuncia tan cruel!.
Ah! Por lo que respecta a esa primera parte, es una pesadilla insufrible,
para quien esta al corriente de sus detalles verdaderos.
El comandante Paty de Clam prende a Dreyfus y lo incomunica. Corre después
en busca de la señora de Dreyfus y le infunde terror, previniéndola que,
si habla su esposo esta perdido. Entre tanto, el desdichado se arranca la
carne y proclama con alaridos su inocencia, mientras la instrucción del
proceso se hace como una crónica del siglo XV, en el misterio, con una
terrible complicación de expedientes, todo basado en una sospecha infantil,
en la nota sospechosa, imbécil, que no era solamente una traición
vulgar, era también un estúpido engaño, porque los famosos secretos
vendidos eran tan inútiles que apenas tenían valor. Si yo insisto, es
porque veo en este germen, de donde saldrá más adelante el verdadero
crimen, la espantosa denegación de justicia, que afecta profundamente a
nuestra Francia. Quisiera hacer palpable como pudo ser posible el error
judicial, como nació de las maquinaciones del comandante Paty de
Clam y como los generales Mercier, Boisdeffre y Gonse, sorprendidos
al principio, han ido comprometiendo poco a poco su responsabilidad
en este error, que mas tarde impusieron como una verdad santa, una
verdad indiscutible, desde luego, solo hubo de su parte incuria y
torpeza; cuando mas, cedieran a las pasiones religiosas del medio
y a prejuicios de sus investiduras. Y vayan siguiendo las torpezas!
Cuando aparece Dreyfus ante el Consejo de guerra, exigen el secreto
más absoluto. Si un traidor hubiese abierto las fronteras al enemigo
para conducir al emperador de Alemania hasta Nuestra Señora de
París, no se hubieran tomado mayores precauciones de silencio y
misterio.
Se murmuran hechos terribles, traiciones monstruosas y, naturalmente,
la Nación se inclina llena de estupor, no halla castigo bastante severo,
aplaudir la degradación pública, gozar viendo al culpable
sobre su roca de infamia devorado por los remordimientos.....
Luego es verdad que existen cosas indecibles, dañinas, capaces de
revolver toda Europa y que ha sido preciso para evitar grandes desdichas
enterrar en el mayor secreto?. No! Detrás de tanto misterio
solo se hallan las imaginaciones románticas y dementes del comandante
Paty de Clam. Todo esto no tiene otro objeto que ocultar la
mas inverosímil novela folletinesca. Para asegurarse, basta estudiar
atentamente el acta de acusación leída ante el Consejo de guerra.
Ah! Cuanta vaciedad! Parece mentira que con semejante acta pudiese
ser condenado un hombre. Dudo que las gentes honradas pudiesen
leerlas sin que su alma se llene de indignación y sin que se asome
a sus labios un grito de rebeldía, imaginando la expiación desmesurada
que sufre la víctima en la Isla del Diablo.
Dreyfus conoce varias lenguas: crimen. En su casa no hallan papeles
comprometedores; crimen. Algunas veces visita su país natal; crimen
Es laborioso, tiene ansia de saber; crimen. Si no se turba; crimen.
Todo crimen, siempre crimen... Y las ingenuidades de redacción, las
formales aserciones en el vacío!. Nos habían hablado de catorce
acusaciones y no aparece mas que una: la nota sospechosa. Es mas:
averiguamos que los peritos no están de acuerdo y que uno de ellos,
M. Gobert, fue atropellado militarmente porque se permitía opinar
contra lo que se deseaba. Hablase también de veintitrés oficiales,
cuyos testimonios pasarían contra Dreyfus. Desconocemos aún sus
interrogatorios, pero lo cierto es que no todos lo acusaron, habiendo
que añadir, además, que los veintitrés oficiales pertenecían a las
oficinas del ministerio de la guerra. Se las arreglan entre ellos
como si fuese un proceso de familia, fijaos bien en ello: el Estado
Mayor lo hizo, lo juzgó y acaba de juzgarlo por segunda vez.
Así, pues, solo quedaba la nota sospechosa acerca de la cual los
peritos no estuvieron de acuerdo. Se dice que, en el Consejo, los
jueces iban ya, naturalmente a absolver al reo, y desde entonces,
con obstinación desesperada, para justificar la condena, se afirma
la existencia de un documento secreto, abrumador; el documento que
no se puede publicar, que lo justifica todo y ante el cual todos
debemos inclinarnos: el Dios invisible e incognoscible!. Ese documento
no existe, lo niego con todas mis fuerzas. Un documento ridículo, si,
tal vez el documento en que se habla de mujercillas y de
un señor D... que se hace muy exigente, algún marido, sin duda, que
juzgaba poco retribuidas las complacencias de su mujer!. Pero un
documento que interese a la defensa nacional, que no puede hacerse
público sin que se declare la guerra inmediatamente, no, no!. Es
una mentira, tanto mas odiosa y cínica, cuanto que se lanza impunemente
sin que nadie pueda combatirla. Los que la fabricaron, conmueven
el espíritu francés y se ocultan detrás de una legítima
emoción; hacen enmudecer las bocas, angustiando los corazones y
pervirtiendo las almas. No conozco en la historia un crimen cívico
de tal magnitud!.
He aquí, señor Presidente, los hechos que demuestran como pudo
cometerse un error judicial. Y las pruebas morales, como la posición
social de Dreyfus, su fortuna, su continuo clamor de inocencia, la
falta de motivos justificados, acaban de ofrecerlo como una víctima
de las extraordinarias maquinaciones del medio clerical en que se
movía, y del odio a los puercos judíos que deshonran nuestra época.
Y llegamos al asunto Esterhazy. Han pasado tres años y muchas conciencias
permanecen turbadas profundamente, se inquietan, buscan, y
acaban por convencerse de la inocencia de Dreyfus.
No historiaré las primeras dudas y la final convicción de M.
Scheurer-Kestner. Pero mientras el rebuscaba por su parte, acontecían
hechos de importancia en el Estado Mayor. Murió el coronel Sandherr
y sucedióle como jefe del Negociado de informaciones, el teniente
coronel Picquart, quien por esta causa, en ejercicio de sus funciones,
tuvo un día ocasión de ver una carta telegrama dirigida al
comandante Esterhazy por un agente de una potencia extranjera. Era
su deber abrir una información y no lo hizo sin consultar con sus
jefes, el general Gonse y el general Boisdeffre y luego con el
general Billot, que había sucedido al de la Guerra. El famoso expediente
Picquart, de que tanto se ha hablado, no fue más que el
expediente Billot, es decir, el expediente instruido por un subordinado
cumpliendo las ordenes del ministro, expediente que debe
existir aún en el ministerio de la Guerra. Las investigaciones duraron
de mayo a setiembre de 1896, y es preciso decir bien alto que
el general Gonse estaba convencido de la culpabilidad de Esterhazy
y que los generales Boisdeffre y Billot no ponían en duda que la
célebre nota sospechosa fuera de Esterhazy. El informe del teniente
coronel Picquart había conducido a esta prueba cierta. Pero el sobresalto
de todos era grande, porque la condena de Esterhazy
obligaba inevitablemente a la revisión del proceso Dreyfus; y el
Estado Mayor a ningún precio quería desautorizarse.
Debió haber un momento psicológico de angustia suprema entre todos
los que intervinieron en el asunto; pero es preciso notar que, habiendo
llegado al ministerio el general Billot, después de la sentencia dictada
contra Dreyfus, no estaba comprometido en el error y
podía esclarecer la verdad sin desmentirse. Pero no se atrevió, temiendo
acaso el juicio de la opinión pública y la responsabilidad
en que habían incurrido los generales Boisdeffre y Gonse y todo el
Estado Mayor. Fue un combate librado entre su conciencia de hombre
y todo lo que suponía el buen nombre militar. Pero luego acabó por
comprometerse, y desde entonces, echando sobre sí los crímenes de
los otros, se hace tan culpable como ellos; es mas culpable aún,
porque fue árbitro de la justicia y no fue justo. Comprended esto!
Hace un año que los generales Billot, Boisdeffre y Gonse, conociendo
la inocencia de Dreyfus, guardan para si esta espantosa verdad.
Y duermen tranquilos, y tienen mujer e hijos que los aman!.
El coronel Picquart había cumplido sus deberes de hombre honrado.
Insistió cerca de sus jefes, en nombre de la justicia, suplicandoles,
diciéndoles que sus tardanzas eran evidentes ante la terrible
tormenta que se les venía encima, para estallar, en cuanto la verdad
se descubriera. Moinseur Scheurer-Kestner rogó también al
general Billot que por el patriotismo activara el asunto antes de
que se convirtiera en desastre nacional. No! El crimen estaba cometido
y el Estado Mayor no podía ser culpable de ello. Por eso,
el teniente coronel Picquart fue nombrado para una comisión que lo
apartaba del ministerio, y poco a poco fueron alejándose hasta el
ejército expedicionario de Africa, donde quisieron honrar un día su
bravura, encargándole una misión que le hubiera la vida en los mismos
parajes donde el marques de Mopres encontró la muerte. Pero no
había caído aún en desgracia; el general Gonse mantenía con el una
correspondencia muy amistosa. Su desdicha era conocer un secreto de
los que no debieran conocerse jamás.
En París la verdad se abría camino, y sabemos ya de que modo la
tormenta estalló. M.Mathieu Dreyfus denunció al comandante Esterhazy
como verdadero autor de la nota sospechosa; mientras M.Scheurer-Kestner
depositaba entre las manos del guardasellos una solicitud
pidiendo la revisión del proceso. Desde ese punto el comandante
Esterhazy entre en juego. Testimonios autorizados lo muestran como
loco, dispuesto al suicidio, a la fuga. Luego, todo cambia, y sorprende
con la violencia de su audaz actitud. había recibido refuerzos:
un anónimo advirtiéndole los manejos de sus enemigos; una dama
misteriosa que se molesta en salir de noche para devolver un
documento que había sido robado de las oficinas militares y que le
interesaba conservar para su salvación. Comienzan de nuevo las
novelerías folletinescas, en la que reconozco los medios ya usados
por la fértil imaginación del teniente coronel Paty de Clam. Su
obra, la condenación de Dreyfus, peligraba, y sin duda quiso defender
su obra. La revisión del proceso era el desquiciamiento de su
novela folletisnesca, tan extravagante como trágica, cuyo espantoso
desenlace se realiza en la Isla del Diablo. Y esto no podía consentirlo.
Así comienza el duelo entre el teniente coronel Picquart, a
cara descubierta, y el teniente coronel Paty de Clam, enmascarado.
Pronto se hallaran los dos ante la justicia civil. En el fondo no
hay más que una cosa: el Estado Mayor defendiéndose y evitando confesar
su crimen, cuya abominación aumenta de hora en hora.
Se ha preguntado con estupor cuales eran los protectores del comandante
Esterhazy. Desde luego, en la sombra, el teniente coronel Paty
de Clam, que ha imaginado y conducido todas las maquinaciones, descubriendo
su presencia en los procedimientos descabellados. Después
los generales Boisdeffre, Gonse y Boillot. obligados a defender al
comandante, puesto que no pueden consentir que se pruebe la inocencia
de Dreyfus, cuando este acto habría de lanzar contra las oficinas de
la Guerra el desprecio del público. -Y el resultado de esta
situación prodigiosa es que un hombre intachable, Picquart, el único
entre todos que ha cumplido con su deber, será la víctima escarnecida
y castigada. Oh justicia! Que triste desconsuelo embarga el
corazón! Picquart es la víctima, se lo acusa de falsario y se dice
que fabrico la carta telegrama para perder a Esterhazy. Pero, Dios
mío!, por que motivo? Con qué objeto? Que indiquen una causa, una
sola. Estar pagado por los judíos?. Precisamente Picquart es un
apasionado antisemita. Verdaderamente asistimos a un espectáculo
infame; para proclamar la inocencia de los hombres cubiertos de vicios,
deudas y crímenes, acusan un hombre de vida ejemplar. Cuando
un pueblo desciende a esas infamias, esta próximo a corromperse y
aniquilarse.
A esto se reduce, señor Presidente de la república, el asunto
Esterhazy, un culpable a quien se trata de salvar haciéndole
parecer inocente, hace dos meses que no perdemos de vista esa interesante
labor. Y abrevio porque solo quise hacer el resumen, a
grandes rasgos, de la historia cuyas ardientes páginas un día serán
escritas con toda extensión. Hemos visto al general Pellieux, primero,
y al comandante Ravary, mas tarde, hacer una información
infame, de la cual han de salir transfigurados los bribones y perdidas
las gentes honradas. Después se ha convocado al Consejo de
guerra. Como se pudo suponer que un Consejo de guerra deshiciese lo
que había hecho un Consejo de guerra?
Aparte la fácil elección de los jueces , la elevada idea de disciplina
que llevan esos militares en el espíritu, bastaría para debilitar
su rectitud. Quien dice disciplina dice obediencia. Cuando el
ministro de la guerra, jefe supremo, ha declarado públicamente y
entre las aclamaciones de la representación nacional, la inviolabilidad
absoluta de la cosa juzgada, queréis que un Consejo de guerra
se determine a desmentirlo formalmente?. Jerárquicamente no es
posible tal cosa. El general Billot, con sus declaraciones, ha
sugestionado a los jueces que han juzgado como entrarían en fuego
a una orden sencilla de su jefe: sin titubear. La opinión preconcebida
que llevaron al tribunal fue sin duda esta: "Dreyfus ha sido
condenado por crimen de traición ante un Consejo de guerra; luego
es culpable y nosotros, formando un Consejo de guerra, no podemos
declararlo inocente. Y como suponer culpable a Esterhazy, sería
proclamar la inocencia de Dreyfus, Esterhazy debe ser inocente".
Y dieron el inicuo fallo que pesará siempre sobre nuestros Consejos
de Guerra, que hará en adelante sospechosas todas sus deliberaciones.
El primer Consejo de guerra pudo equivocarse; pero el segundo
ha mentido. El jefe supremo había declarado la cosa juzgada inatacable,
santa, superior a los hombres, y ninguno se atrevió a decir
lo contrario. Se nos habla del honor del ejército; se nos induce a
respetarlo y amarlo. Cierto que si; el ejército que se alzara en
cuanto se nos dirija la menor amenaza, que defenderá el territorio
francés, lo forma todo el pueblo, y solo tenemos para el ternura y
veneración. Pero ahora no se trata del ejército, cuya dignidad justamente
mantenemos en el ansia de justicia que nos devora; se trata
del sable, del señor que nos darán acaso mañana. Y besar devotamente
la empuñadura del sable del ídolo. No,eso no!.
Por lo demás queda demostrado que el proceso Dreyfus no era mas que
un asunto particular de las oficinas de guerra; un individuo del
Estado Mayor, denunciado por sus camaradas del mismo cuerpo, y condenado,
bajo la presión de sus jefes.
Por lo tanto, lo repito, no puede aparecer inocente sin que todo el
Estado mayor aparezca culpable. Por esto las oficinas militares,
usando todos los medios que les ha sugerido su imaginación y que
les permiten sus influencias, defienden a Esterhazy para hundir de
nuevo a Dreyfus. Ah!, que gran barrido debe hacer el Gobierno republicano
en esa cueva jesuítica (frase del mismo general Billot).
Cuando vendrá el ministerio verdaderamente fuerte y patriota, que
se atreva de una vez a refundirlo, y renovarlo todo?. Conozco a
muchas gentes que, suponiendo posible una guerra, tiemblan de angustia,
porque saben en que manos esta la defensa nacional! En que
albergue de intrigas, chismes y dilapidaciones se ha convertido el
sagrado asilo donde se decide la suerte de la patria!. Espanta la
terrible claridad que arroja sobre aquel antro el asunto Dreyfus;
el sacrificio humano de un infeliz, de un puerco judío. Ah! se han
agitado allí la demencia y la estupidez, maquinaciones locas, prácticas
de baja policía, costumbres inquisitoriales; el placer de
algunos tiranos que pisotean la nación, ahogando en su garganta el
grito de verdad y de justicia bajo el pretexto, falso y sacrílego,
de razón de estado.
Y es un crimen mas apoyarse con la persona inmunda, dejarse defender
por todos los bribones de París, de manera que los bribones
triunfen insolentemente, derrotando el derecho y la probidad. Es un
crimen haber acusado como perturbadores de Francia a cuantos quieren
verla generosa y noble a la cabeza de las naciones libres y
justas, mientras los canallas urden impunemente el error que tratan
de imponer al mundo entero. Es un crimen extraviar la opinión con
tareas mortíferas que la pervierten y la conducen al delirio. Es un
crimen envenenar a los pequeños y a los humildes, exasperando las
pasiones de reacción y de intolerancia, y cubriéndose con el antisemitismo,
de cuyo mal morirá sin duda la Francia libre, si no
sabe curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para
trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios
moderno, mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una
obra de verdad y de justicia.
!Esa verdad, esa justicia que nosotros buscamos apasionadamente,
las vemos ahora humilladas y desconocidas!. Imagino el desencanto
que padecerá sin duda el alma de M. Scheurer-Kestner, y lo creo
atormentado por los remordimientos de no haber procedido revolucionariamente
el día de la interpelación en el Senado, desembarazandose
de su carga, para derribarlo todo de una vez. Creyó que la
verdad brilla por si sola, que se lo tendría por honrado y leal, y
esta confianza lo ha castigado cruelmente. Lo mismo le ocurre al
teniente coronel Picquart que, por un sentimiento de dignidad
elevada, no ha querido publicar las cartas del general Gonse;
escrúpulos que lo honran de tal modo que, mientras permanecía respetuoso
y disciplinado, sus jefes lo hicieron cubrir de lodo instruyendole un
proceso de la manera mas desusada y ultrajante. Hay,
pues, dos víctimas; dos hombres honrados y leales, dos corazones
nobles y sencillos, que confiaban en Dios, mientras el diablo hacia
de las suyas. Y hasta hemos visto contra el teniente coronel Picquart
este acto innoble: un tribunal francés consentir que se acusara
públicamente a un testigo y cerrar los ojos cuando el testigo
se presentaba para explicar y defenderse. Afirmo que esto es un
crimen mas, un crimen que subleva la conciencia universal. Decididamente,
los tribunales militares tienen una idea muy extraña de
la justicia.
Tal es la verdad, señor Presidente, verdad tan espantosa, que no
dudo quede como una mancha en vuestro gobierno. Supongo que no tengáis
ningún poder en este asunto, que seáis un prisionero de la
Constitución y de la gente que os rodea; pero tenéis un deber de
hombre en el cual meditaréis cumpliéndolo, sin duda honradamente.
No creáis que desespero del triunfo; lo repito con una certeza que
no permite la menor vacilación; la verdad avanza y nadie podrá contenerla.
Hasta hoy no principia el proceso, pues hasta hoy no han
quedado deslindadas las posiciones de cada uno; a un lado los culpables,
que no quieren la luz; al otro los justicieros que daremos la
vida porque la luz se haga. Cuanto mas duramente se oprime la verdad,
mas fuerza toma, y la explosión será terrible. Veremos como se
prepara el más ruidoso de los desastres.
Señor Presidente, concluyamos, que ya es tiempo.
Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante - quiero suponer inconsciente - del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme,
Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa,
particularmente en L'Eclair y en L'Echo de París una campaña abominable
para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los
artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que
se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo
a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las
conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas
rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de
maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es mas que un
medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la
justicia.
Solo un sentimiento me mueve, solo deseo que la luz se haga, y lo
imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene
derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es mas que un grito
de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me
juzguen públicamente.
Así lo espero.
EMILE ZOLA
París, enero 13 de 1898.
Más sobre el
Caso Dreyfus
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